8 dic 2011

El olor del tiempo

Como el frágil sonido que arroja el corcho al liberarse de aquel opresor que lo mantenía cautivo desde hace décadas, así, prácticamente, se ha convertido esta experiencia junto a ti. Un dulce aroma que se desprende del sin fondo de aquella botella, evoca el efímero recuerdo de tu azabache caballera sobre cada rincón de mi rostro.
Aquella multitud de sentimientos que no lograron calar, terminaron juntándose, terminaron mezclándose, hasta lograr una masa informe que, lamentablemente, ni tu ni yo lograremos descifrar.
Quizás sea la unión de un racimo siciliano, la fragancia de un cerezo y el tiempo; pero cada aspiración vuelve trémulo mis sentimientos, mientras un ligero e insistente escalofrío surca los vellos de mi nuca evocando tu delicada respiración.
Porque las copas vienen y van, esbozando en mi memoria los recuerdos de tu inocente melodía, esa suave voz que tallaba en mi ser los más delicados sentimientos, mientras cientos, miles, millones de aromas se grababan entre nuestros dedos. Siento el mundo en tu sonrisa, veo la perpetuidad en tu sonrisa; quizás esos momentos, esas melodías, esos aromas queden plasmados en tu recuerdo, en nuestro recuerdo; pero el tacto de aquella dulce fragancia me torturará día tras día.
Ahora, como para aumentar el drama y la melancolía, ha decidido llover. No se si es parte de un malévolo plan, pero el aroma que desprende el vino dejó su dulzura atrás; ha empezado a tomar “un cuerpo escabroso”, dirían muchos catadores de este maldito elixir. Pueden ser las gotas que ahora rozan mi rostro mientras doy pasos temblorosos hacia el final de mi balcón las que tatúan ahora, las que marcarán por siempre la pérdida de tu aroma.
Gotas de agua, gotas de lluvia, gotas de lágrimas que tratan de acariciar, que se empeñan en borrar el dulce aroma que dejó tu negra caballera, que ya no recuerdo tan azabache, en cada rincón de lo que alguna vez llamaste “delicado corazón”.
“Entre más te tengo, más te pierdo”, citaba Gene Kelly en un diálogo de Singing in the rain, mientras un ente purulento se gestaba en el medio de su pecho. Que irónica esta frase y este momento: entre más necesito y deseo estar con ese ser, más lejos quedo de mi persona; con mayor facilidad pierdo el sentido de lo que, en algún momento, fui, de lo que llegué a representar. Nos conocimos cuerdos, nos fundimos en un tiempo insano.
Porque el olor de la lluvia despierta el anhelo de tu sonrisa y de tu voz, el olor de este maldito vino, el de tu cabello; porque el cerezo, la uva, las lágrimas y el recuerdo se juntan en la fragancia que domina y maneja mi eterno presente. A ti te debo el todo, a ti te debo la nada; simplemente dejaré que las fragancias jueguen con este viento frío de invierno; esperando que la próxima primavera se lleve la lluvia, se lleve el alcohol.
Y es que el aroma y el amor terminan siendo lo mismo, un afán de perpetuidad que busca, cuando comienza, hacerse notar; pero a medida que transcurre el tiempo se va perdiendo, se va pudriendo, se va olvidando.