17 feb 2011
Terminas siendo un número
13 feb 2011
Charla sobre un tópico atípico
Un nuevo día estaba a punto de comenzar, la rutina sería la de siempre: desayunar, asearse e ir a la UCAB. Lo que muchos no sabíamos, es que, nosotros junto a nuestros acompañantes, tendríamos una nueva perspectiva de la vida, la lucha por sobrevivir y el sentimiento de fe que mantuvo a todo un pueblo unido.
La asignación era simple: llevar a un amigo para que, junto a nosotros, escuchara una charla sobre el Holocausto o Shoá, la cual estaría dirigida por una antigua sobreviviente de Auschwitz, uno de los campos de concentración más famosos de esta terrorífica época, la Señora Trudy Spira.
Mi acompañante y amigo de la infancia, Andrés E. Kolanovic V, estudiante de Segundo Año de Derecho de la UCAB, se estremeció tanto como yo al escuchar las palabras tan sinceras, tiernas y llenas de tristeza de la ponente. Posteriormente, en una especie de entrevista, que prefiero llamar: charla sobre un tópico atípico, logré exprimir todas aquellas perspectivas e ideas que surgieron en su persona durante esas dos horas.
Empezamos conversando acerca de lo poco o mucho que sabíamos sobre el Shoá, él por su parte relató lo siguiente: “…tomando en cuenta todos los estudios de historia que tuve durante mi bachillerato, inclusive en la universidad, sobre
Me comentó lo impactante que resultó para él desconocer todos esos hechos, por más que antiguos profesores, libros, documentos, expresen con cierta frivolidad la muerte de seis millones de judíos por cámaras de gas, balas, horcas, hambre y hasta trabajo extenuante; a dar un giro tan brusco y que una sobreviviente de esta época,
Concordamos en muchas cosas, pero una de las más destacadas fue el heroísmo que nos trasmitió la Señora Spira. Tal como ella nos dijo, no mucho de los sobrevivientes del Shoá deciden compartir su historia, no todos son capaces de hablar del antes y el después de este bache en la historia universal. Como un caso particular, mencionó a su difunto esposo, que al igual que ella, logró sobrevivir en Auschwitz, pero que nunca fue capaz o no decidió compartir con los demás su experiencia en el campo de concentración.
“… supimos muy poco de su experiencia en Auschwitz, lo poco o mucho que llegó a sufrir se lo llevo a la tumba...” (Spira, 2011).
Mientras continuaba nuestra conversación, logré captar algo muy importante en un comentario de Andrés, el cual citaré textualmente:
“…desde mi punto de vista, escuchar el testimonio de esta gran señora, es un aprendizaje muy nutrido no solo de El Shoá, sino de la vida también. Nos hace reflexionar acerca del hecho de que una niña de 12 años, la cual debería estar pensando en muñecas y juguetes, ahora solo le llegan ideas a su cabeza de si su papá estará con vida o no, si sus abuelos aún viven o no; y a veces nosotros, aquellas personas que gracias a Dios no hemos vivido una situación como esta, nos detenemos por pequeñeces que simplemente no tienen sentido o que en verdad no valen la pena”.
Cuando escuchábamos sus palabras sobre cómo la llevaron a Auschwitz, del efímero recuerdo de su padre diciéndole la edad que debía responder cuando le preguntaran, cuando vio como maltrataron a su madre, se nos hace total y absolutamente imposible pensar que hubiéramos sentido las mismas emociones observando un programa de El Shoá en la televisión.
Una de las razones por las que invité a Andrés a esta charla, es por su ascendencia y raíces croatas, las cuales se remontan a su abuelo paterno, el cual tuvo que huir de su país por la II Guerra Mundial, aunque, en sus propias palabras, jamás llegó a vivir situaciones tan terribles como las que relató la Señora Spira. Aunque su abuelo no llegara a ser víctima de las atrocidades cometidas por los nazis, esa procedencia, ese sentimiento balcánico hizo que le llegara aún más el relato, y llegó hasta sentirse agradecido porque su familia aún seguía completa.
No creo que pueda haber un mejor cierre que el que me brindó Andrés al finalizar nuestra charla:
“Siento que el aplauso sentido y caluroso que le pudimos haber dado a
Mi Regalo
Y sonó el timbre.
¡Qué momento tan inoportuno para llamar a la puerta! No importa, debe de ser el cartero, el que trae la leche o los niños de la vecina que miran siempre por mi ventana cuando salgo de la ducha.
Suena de nuevo el timbre.
Imbéciles. Todos son unos imbéciles.
Vuelve a sonar.
Pero, ¿quién soy yo para privarles del placer de observarme? Pobres, jamás lograrán tener más que pensamientos eróticos conmigo.
Suena de nuevo.
¡No puede ser! ¿Tengo que hacer todo yo en esta casa? Seguro es Juan, tan tonto como siempre. No me puede ver, porque enseguida hace lo de siempre: agacha la cabeza, aprieta las manos y habla entre dientes. No podía ser más molesto. Siempre, siempre, siempre desde pequeño ha sido todo igual. En el preescolar, mi miraba y se escondía. En la primaria lo mismo. ¿Será que tiene problemas?
¡Ja! Efectivamente, míralo ahí en la puerta. Arreglándose el cabello, ajustando su camisa y parándose derecho. Algunas veces me da pena. Algunas veces todos me dan pena. No me queda más remedio, siempre soy la martirizada en esta sucia casa. Le abrí la puerta, con una enorme sonrisa y mi bata de dormir pequeñita, porque tiene que ser pequeñita, le pregunté:
– ¿Qué vienes a hacer aquí?
De nuevo sin ninguna respuesta. Siempre tan callado. ¡Ay Juanito, Juanito! Me da hasta lástima verlo así.
– Pasa –, si no habla, no me queda de otra ¿no?
Hace lo mismo de siempre. La misma rutina, la misma estúpida rutina. Pasa, observa la casa, como si nunca la hubiera visto, se queda mirando fijamente el reloj de piso de mi padre y va al sillón que está al lado de la ventana. Yo, en cambio, siempre hago algo distinto. Voy bailando hasta la sala, dando pequeños brincos para ver su cara de tonto por el espejo; pongo un disco en la tocata, vaya forma de nombrarlo ¿no?... y me siento con mucha gracia, una gracia y sensualidad que solo podrías imaginar dentro de un cabaret francés.
Y ahí está, tonto y con la mirada fija puesta en mí. Al principio me incomodaba, pero ¡Bah, que va! A este pobre crío solo le queda eso; si ni siquiera puede hablarme. De repente, como si me lo hubiera dicho desde algún lado, como si lo hubiera dicho un ángel, y mira que existen los ángeles, las brujas, los duendes… Todo eso existe, yo lo sé; abrió su gran bocota:
– Oye – me dijo –. Oye Julia, ¿qué tal te trae Carlos?
Y aquí vamos de nuevo:
– ¿Carlos?
– Sí, Carlos.
Ya estoy cansada de que siempre que me hable, siempre que lo hace, tiene que nombrar a ese Carlos. Otro de mis babosos, tiene cierto aire de sexualidad; pero al fin y al cabo, otro baboso más al que nunca le prestaré atención. No entienden que a ellos jamás les prestaré atención.
¿Será que a Juan le gusta Carlos? Debe ser, jamás habla de mí. No es que me interese, de verdad no me interesa, pero sería agradable que este imbécil que debo tratar bien, también botara su asquerosa baba por mí.
Silencio. Es lo único que sabe hacer. Silencio. Bueno, no me queda más que deshacerme de él; no puedo estar pendiente de un loco el día antes de mi cumpleaños.
Si vieras el vestido que me compré, es hermoso, chiquito y muy sexy. Espero que Elena se voltee a mirarme. Solo lo hago por ella. Solo por ella camino así, me visto así, me siento así. Pero ella no sabe de mí, no quiere saber de mí. Sé que siente lo mismo que yo, sé que ve mis labios y los desea tanto como yo deseo los de ella. Pero siempre ocurre lo mismo, siempre hay alguien que no quiere dejarme ser feliz. Padres, siempre buscan un motivo para arruinar mi vida…
No soporto este silencio:
– ¿Quieres Coca Cola? – tengo que hablarle de algo, si no me quedaré como él.
– Te he preguntado por Carlos.
Y de nuevo, volvimos al mismo tema. Carlos. Él me habla y yo solo respondo como un robot. Es divertido hacerle enojar. Piensa que respondo como una niña tonta porque no entiendo de qué habla, pero no se da cuenta, nadie se da cuenta, que no quiero hablar con ellos, solo con Elena. Si la vieras caminar, si vieras como se mueve, como brillan sus ojos durante el día. Es hermosa, simplemente hermosa.
Este tonto me sigue hablando. Las palabras salen de mi boca, pero en verdad no tengo idea de lo que digo. Sé que le hablé de mi vestido, como si a él le importara eso; y peor aún, como si a mí me importara su opinión. Solo me importa la de Elena. Intenta decirme algo sobre un regalo especial, sobre una reunión en la fuente de soda. Siempre intenta decirme algo, pero jamás logra decirme nada.
Bueno, no me quedó más remedio que aceptar esa famosa “cita” para mañana. Igual, no tengo mayor cosa que hacer.
Llegó el día. Hoy tengo tantas cosas que hacer: ir de compras, ir a la peluquería; pero lo más importante es que voy a decirle a Elena todo lo que siento por ella. Sé que me corresponderá, nadie es capaz de decirme que no.
Camino a su casa, me empiezan a temblar las manos, qué tonta soy. Llamo a su puerta y cuando va a abrir siento un montón de mariposas en mi estómago. Me quedo aterrada, sin poder decir nada. Ahí está ella, con una bata pequeña, como la que yo uso cuando viene Juanito; con una enorme sonrisa, como la que yo siempre tengo cuando viene Juanito; me invita a pasar y empiezo a deambular por la sala, miro fijamente una escultura de su madre, la misma que siempre he mirado desde pequeña, dejo de mirarla y me acerco al sofá que está al lado de la venta para sentarme sin decir una sola palabra.
Ahí está ella, con una norme sonrisa sentada frente de mí, con esa mirada que se siente como una mano que tapa mi boca, cierra mis labios poco a poco y susurra las palabras más románticas a mí oído. Sí, es exactamente así como se siente. Reúno fuerzas y le digo:
– Sabes que hoy es mi cumpleaños ¿no?
– Sí mi niña – me dijo de forma muy dulce.
Me enamora siempre que me dice mi niña. Sé que estamos destinadas a estar juntas. Solo nosotras podemos hacernos totalmente felices. Recojo fuerzas nuevamente y le digo:
– Sabes que estás invitada ¿cierto?
– Si mi niña – y me vuelve a derretir.
– En verdad Elena, he venido esta tarde a confesarte algo. Siempre te he visto como algo más que una amiga… ¿entiendes?
– Sí mi niña – me vuelve a derretir con esas palabritas.
– La verdad es que tú me gustas. Te veo todos los días y siento más y más deseos de besarte…
– ¡¿Besarme!? – me preguntó asombrada.
– … sí, de besarte. ¿No sientes lo mismo por mí? – pregunté con la voz temblorosa y mis manos gélidas.
– ¡NO! ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Cómo pudiste siquiera imaginar que me ibas a gustar tú? ¿No estás cansada de verme con mi novio? ¿No estás cansada de verme abrazada con él? ¿No ves que estuvimos juntos en la inauguración de “Crema Paraíso” en Santa Mónica?
– Pero… ¿y las miradas, los abrazos, los cariños?
– ¡Son solo juegos estúpidos Julia! Es simple cariño de amigas. Por favor, lárgate de mi casa y no vuelvas a venir, no vuelvas a buscarme ni vuelvas a hablarme en toda tu vida…
– Pero… – le dije con lágrimas en los ojos.
– ¡Pero nada! ¡Lárgate ya!
El golpe tan estruendoso que dejó la puerta tras ese grito, se compaginó con el crujir de los pedazos de mi corazón que caían poco a poco en el áspero suelo. ¿Qué salió mal? Estoy segura que ella siente lo mismo que yo por ella. Pero, me dijo de todo. Siento que el mundo se cae, siento que el mundo ya no vale más la pena.
Al demonio con Juan. Que se coma su estúpido regalo. Al demonio con mi cumpleaños, si no puedo tener todo lo que deseé en esta vida, no vale la pena celebrar nada. En verdad no quisiera tener más nada que a Elena. No vale la pena seguir viviendo si ella no quiere estar junto a mí. Solo ella podía hacerme feliz.
Adiós mundo imbécil, adiós mundo banal. Me cansé de tener todo en la vida y al final no tener nada. Lo di todo por ti Elena: mi alma, mi cuerpo y hasta mi ser; y aquí me tienes, llorando frente a tu casa, arrodillada implorando por tu amor. Eres igual a ellos, todo ser humano es igual a tí. Traicionera, imbécil y mimada; ya sin ti no voy a poder vivir.
Entropía
Debemos tener en cuenta algo, la comunicación, para el ser humano, lo es todo. Muchos historiadores, científicos y letrados han discutido en pasados años sobre, si el raciocinio de la mente humana prevalece sobre la capacidad de articular palabras y viceversa.
Hoy, puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que ambos cumplen una relación de extrema codependencia porque ninguna fuese capaz de existir sin la otra. Se quiere acotar y aclarar que en este contexto se hace referencia al raciocinio como la capacidad de analizar y actuar de una manera “correcta” antes de realizar una acción, cualquiera sea esta; por lo tanto, el arte de la palabra es y debe ser un acto puro donde se pueda transmitir todo, con una claridad impecable, casi meticulosa, lo que se puede llegar a sentir o que en un momento dado se desee expresar, basándose fielmente en los límites de la razón.
Esta pequeña introducción, aunque llegue a sonar un poco escabrosa y un tanto disparatada, permite construir una guía y da una base solida al argumento principal de este trabajo.
Desde pequeño he escuchado que si no eres vivo, el mundo te comerá. Realmente, nunca le presté mayor importancia a dicha expresión hasta este momento, cuando en verdad me doy cuenta de lo grave que ha llegado a ser esta costumbre.
Si realizas una encuesta en Venezuela, a cualquier persona, sin distinguir estrato social, raza, sexo o “etnia” – no se quiere llegar a parecer irónico y un tanto déspota, pero en este país hay tal mezcolanza de razas que el significado primero de etnia se perdió en la época de conquista, de la cual, haremos referencia luego – y se pregunta: ¿Qué es la viveza criolla?, muchos te darán como respuesta que es la manera de sobrevivir, es la manera de ser siempre el jodedor y el alma de la fiesta, es lo que te permite salir airoso de cualquier situación en la que te veas implicado, y en la cual, lo más probable, seas el culpable, entre muchas otras definiciones, que a la postre, redundan en la misma idea y no llegan a consenso.
Entonces, podemos sacar un pequeño concepto de lo que, para el venezolano, la viveza significa: agudeza en el ingenio. Aunque puedas llegar a sentirte orgulloso de que te llamen “vivo” luego de leer esta interpretación, deberías sentirte avergonzado y tomarlo como uno de los más grandes improperios que alguien te pueda propiciar.
Para no caer de nuevo en una interpretación, se cita textualmente una entrevista que le realizó El Universal a Axel Capriles, autor de La picardía del venezolano o el triunfo de Tío Conejo, donde se le pregunta por cómo él define a un pícaro:
Luego de esta referencia, no se siente tan bien ser considerado un pícaro ¿cierto?
En la introducción de este texto se recalcó un punto muy importante, la comunicación. El pícaro y/o el vivo saben manejar a su antojo este importantísimo elemento. Un pícaro sabe engañar y crear una red entramada de palabras que deja a su oyente eufórico, solo por el simple hecho de que, este pícaro, tenga un elemento un tanto mitológico – o se le considere como tal –, ya que crea un sentimiento de pertenencia y de importancia en el mencionado oyente.
No con esto quiero decir que toda persona que sepa utilizar de una manera extraordinaria el lenguaje sea un pícaro, solo trato de recalcar una de las características más importantes y relevantes de este.
El pícaro venezolano se ha convertido en la figura de héroe, cuando en verdad tiene todos los rasgos y características necesarias para ser el archienemigo de cualquier súper héroe.
En nuestra sociedad, esa actitud picaresca, es lo que nos ha llevado a ser el pueblo que somos hoy día. Un pueblo que vive en la mayor de las entropías, donde se trata de establecer un grado de “orden” en un mundo creado a base del ensayo y error, del mismísimo desorden.
¿Un pueblo que se jacta de ser pícaro, de ser uno de los más avispados en lo que al mundo e interpretación de este se refiere, se deja robar millones de dólares por sus pícaros de alto rango y siente placer por el pasar hambre? Eso no es ser avispado ni pícaro, es un peyorativo que se prefiere no nombrar para efectos de un texto limpio, más si se deja y se confía en la interpretación propia del lector para tratar de descifrarlo sin sentirse ofendido.
El venezolano carga con un peso sobre sus hombros desde la época de conquista –ya desde el timo que le propició Cristóbal Colón a uno de sus marinos al decirles que al primero que encontrara tierra, se le compensaría con una suma grande de dinero –. Ya desde ese momento, el venezolano había sido condenado a una vida de timos, mentiras y juegos para salir airoso, y qué casualidad: así definimos anteriormente picardía.
Con el texto que se ha escrito, no se busca que el lector piense que es el culpable de toda esta situación, aunque en verdad eres parte del problema y no de la solución. Lo único que queda por tratar es: ¿seguirás siendo el pícaro jodedor al que todos “admiran” o pasarás a ser parte de la civilización actual?