13 feb 2011

Mi Regalo

Y sonó el timbre.

¡Qué momento tan inoportuno para llamar a la puerta! No importa, debe de ser el cartero, el que trae la leche o los niños de la vecina que miran siempre por mi ventana cuando salgo de la ducha.

Suena de nuevo el timbre.

Imbéciles. Todos son unos imbéciles.

Vuelve a sonar.

Pero, ¿quién soy yo para privarles del placer de observarme? Pobres, jamás lograrán tener más que pensamientos eróticos conmigo.

Suena de nuevo.

¡No puede ser! ¿Tengo que hacer todo yo en esta casa? Seguro es Juan, tan tonto como siempre. No me puede ver, porque enseguida hace lo de siempre: agacha la cabeza, aprieta las manos y habla entre dientes. No podía ser más molesto. Siempre, siempre, siempre desde pequeño ha sido todo igual. En el preescolar, mi miraba y se escondía. En la primaria lo mismo. ¿Será que tiene problemas?

¡Ja! Efectivamente, míralo ahí en la puerta. Arreglándose el cabello, ajustando su camisa y parándose derecho. Algunas veces me da pena. Algunas veces todos me dan pena. No me queda más remedio, siempre soy la martirizada en esta sucia casa. Le abrí la puerta, con una enorme sonrisa y mi bata de dormir pequeñita, porque tiene que ser pequeñita, le pregunté:

¿Qué vienes a hacer aquí?

De nuevo sin ninguna respuesta. Siempre tan callado. ¡Ay Juanito, Juanito! Me da hasta lástima verlo así.

Pasa –, si no habla, no me queda de otra ¿no?

Hace lo mismo de siempre. La misma rutina, la misma estúpida rutina. Pasa, observa la casa, como si nunca la hubiera visto, se queda mirando fijamente el reloj de piso de mi padre y va al sillón que está al lado de la ventana. Yo, en cambio, siempre hago algo distinto. Voy bailando hasta la sala, dando pequeños brincos para ver su cara de tonto por el espejo; pongo un disco en la tocata, vaya forma de nombrarlo ¿no?... y me siento con mucha gracia, una gracia y sensualidad que solo podrías imaginar dentro de un cabaret francés.

Y ahí está, tonto y con la mirada fija puesta en mí. Al principio me incomodaba, pero ¡Bah, que va! A este pobre crío solo le queda eso; si ni siquiera puede hablarme. De repente, como si me lo hubiera dicho desde algún lado, como si lo hubiera dicho un ángel, y mira que existen los ángeles, las brujas, los duendes… Todo eso existe, yo lo sé; abrió su gran bocota:

Oye – me dijo –. Oye Julia, ¿qué tal te trae Carlos?

Y aquí vamos de nuevo:

¿Carlos?

Sí, Carlos.

Ya estoy cansada de que siempre que me hable, siempre que lo hace, tiene que nombrar a ese Carlos. Otro de mis babosos, tiene cierto aire de sexualidad; pero al fin y al cabo, otro baboso más al que nunca le prestaré atención. No entienden que a ellos jamás les prestaré atención.

¿Será que a Juan le gusta Carlos? Debe ser, jamás habla de mí. No es que me interese, de verdad no me interesa, pero sería agradable que este imbécil que debo tratar bien, también botara su asquerosa baba por mí.

Silencio. Es lo único que sabe hacer. Silencio. Bueno, no me queda más que deshacerme de él; no puedo estar pendiente de un loco el día antes de mi cumpleaños.

Si vieras el vestido que me compré, es hermoso, chiquito y muy sexy. Espero que Elena se voltee a mirarme. Solo lo hago por ella. Solo por ella camino así, me visto así, me siento así. Pero ella no sabe de mí, no quiere saber de mí. Sé que siente lo mismo que yo, sé que ve mis labios y los desea tanto como yo deseo los de ella. Pero siempre ocurre lo mismo, siempre hay alguien que no quiere dejarme ser feliz. Padres, siempre buscan un motivo para arruinar mi vida…

No soporto este silencio:

¿Quieres Coca Cola? – tengo que hablarle de algo, si no me quedaré como él.

Te he preguntado por Carlos.

Y de nuevo, volvimos al mismo tema. Carlos. Él me habla y yo solo respondo como un robot. Es divertido hacerle enojar. Piensa que respondo como una niña tonta porque no entiendo de qué habla, pero no se da cuenta, nadie se da cuenta, que no quiero hablar con ellos, solo con Elena. Si la vieras caminar, si vieras como se mueve, como brillan sus ojos durante el día. Es hermosa, simplemente hermosa.

Este tonto me sigue hablando. Las palabras salen de mi boca, pero en verdad no tengo idea de lo que digo. Sé que le hablé de mi vestido, como si a él le importara eso; y peor aún, como si a mí me importara su opinión. Solo me importa la de Elena. Intenta decirme algo sobre un regalo especial, sobre una reunión en la fuente de soda. Siempre intenta decirme algo, pero jamás logra decirme nada.

Bueno, no me quedó más remedio que aceptar esa famosa “cita” para mañana. Igual, no tengo mayor cosa que hacer.

Llegó el día. Hoy tengo tantas cosas que hacer: ir de compras, ir a la peluquería; pero lo más importante es que voy a decirle a Elena todo lo que siento por ella. Sé que me corresponderá, nadie es capaz de decirme que no.

Camino a su casa, me empiezan a temblar las manos, qué tonta soy. Llamo a su puerta y cuando va a abrir siento un montón de mariposas en mi estómago. Me quedo aterrada, sin poder decir nada. Ahí está ella, con una bata pequeña, como la que yo uso cuando viene Juanito; con una enorme sonrisa, como la que yo siempre tengo cuando viene Juanito; me invita a pasar y empiezo a deambular por la sala, miro fijamente una escultura de su madre, la misma que siempre he mirado desde pequeña, dejo de mirarla y me acerco al sofá que está al lado de la venta para sentarme sin decir una sola palabra.

Ahí está ella, con una norme sonrisa sentada frente de mí, con esa mirada que se siente como una mano que tapa mi boca, cierra mis labios poco a poco y susurra las palabras más románticas a mí oído. Sí, es exactamente así como se siente. Reúno fuerzas y le digo:

­Sabes que hoy es mi cumpleaños ¿no?

Sí mi niña ­ – me dijo de forma muy dulce.

Me enamora siempre que me dice mi niña. Sé que estamos destinadas a estar juntas. Solo nosotras podemos hacernos totalmente felices. Recojo fuerzas nuevamente y le digo:

Sabes que estás invitada ¿cierto?

Si mi niña ­­ – y me vuelve a derretir.

En verdad Elena, he venido esta tarde a confesarte algo. Siempre te he visto como algo más que una amiga… ¿entiendes?

Sí mi niña ­– me vuelve a derretir con esas palabritas.

La verdad es que tú me gustas. Te veo todos los días y siento más y más deseos de besarte…

¡¿Besarme!? – me preguntó asombrada.

… sí, de besarte. ¿No sientes lo mismo por mí? ­– pregunté con la voz temblorosa y mis manos gélidas.

¡NO! ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Cómo pudiste siquiera imaginar que me ibas a gustar tú? ¿No estás cansada de verme con mi novio? ¿No estás cansada de verme abrazada con él? ¿No ves que estuvimos juntos en la inauguración de “Crema Paraíso” en Santa Mónica?

Pero… ¿y las miradas, los abrazos, los cariños?

¡Son solo juegos estúpidos Julia! Es simple cariño de amigas. Por favor, lárgate de mi casa y no vuelvas a venir, no vuelvas a buscarme ni vuelvas a hablarme en toda tu vida…

Pero… ­– le dije con lágrimas en los ojos.

¡Pero nada! ¡Lárgate ya!

El golpe tan estruendoso que dejó la puerta tras ese grito, se compaginó con el crujir de los pedazos de mi corazón que caían poco a poco en el áspero suelo. ¿Qué salió mal? Estoy segura que ella siente lo mismo que yo por ella. Pero, me dijo de todo. Siento que el mundo se cae, siento que el mundo ya no vale más la pena.

Al demonio con Juan. Que se coma su estúpido regalo. Al demonio con mi cumpleaños, si no puedo tener todo lo que deseé en esta vida, no vale la pena celebrar nada. En verdad no quisiera tener más nada que a Elena. No vale la pena seguir viviendo si ella no quiere estar junto a mí. Solo ella podía hacerme feliz.

Adiós mundo imbécil, adiós mundo banal. Me cansé de tener todo en la vida y al final no tener nada. Lo di todo por ti Elena: mi alma, mi cuerpo y hasta mi ser; y aquí me tienes, llorando frente a tu casa, arrodillada implorando por tu amor. Eres igual a ellos, todo ser humano es igual a tí. Traicionera, imbécil y mimada; ya sin ti no voy a poder vivir.

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